UN LLAMADO A LA ORACIÓN GLOBAL

31 DE MARZO DEL 2020

Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto centinelas; todo el día y toda la noche jamás guardarán silencio. Los que hacéis que Jehová recuerde, no estéis mudos ni le deis descanso hasta que restablezca a Jerusalén y la ponga por alabanza en la tierra. —Isaías 62:6-7

 
La iglesia de Dios tiene una comisión doble de valor estratégico: orar a Dios y predicar el evangelio de Jesucristo a los hombres. Con frecuencia nos enfocamos en la obra que realizamos para el Señor al contactar a los hombres, pero en realidad el ministerio de oración de la iglesia es mucho más importante. La situación actual en la tierra es un llamado a que todos los santos en el recobro del Señor se levanten a cumplir la función que la iglesia había descuidado: cooperar con Dios en oración para el avance de Sus intereses sobre la tierra. Para ello, estamos pidiendo a los santos en las iglesias en todo el planeta que se inscriban para un turno de quince minutos diarios durante los siguientes 21 días —del 1 al 21 de abril, 2020— para orar en privado o con otros compañeros de oración. Les proporcionaremos algunas sugerencias sobre asuntos por los cuales orar, pero primero debemos entrar en un entendimiento fundamental de la clase de oración que el Señor necesita.
 
Frecuentemente pensamos que la oración es algo que hacemos únicamente cuando nos damos cuenta de cierta necesidad espiritual o práctica, o cuando deseamos lograr algo para el Señor en nuestro servicio, ya sea personalmente, junto con otros o como iglesia. Orar por estas cosas es legítimo e incluso necesario, pero las oraciones más elevadas y más profundas en el Nuevo Testamento son, primero y principalmente, por la obra de Dios en los santos y por Su mover en la tierra (Fil. 1:9-11; Ef. 1:15-23; 3:14-21; Hch. 4:24-31; Ef. 6:18-20; Col. 4:2-4). La oración intercesora consiste en co-laborar con Cristo en Su ministerio celestial. Tal oración es la cúspide del servicio que la iglesia le brinda a Cristo. Él, como Intercesor celestial, necesita que Su pueblo sobre la tierra haga eco a Su deseo. Mateo 18:18 dice: “De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, habrá sido atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, habrá sido desatado en el cielo”. El hermano Watchman Nee nos ayudó a ver, con base en este versículo, que Dios en los cielos espera que la iglesia haga cumplir Su voluntad sobre la tierra mediante la oración. Algo ya puede haber sido atado o desatado en los cielos, pero es únicamente mediante la oración de la iglesia que ello podrá ser atado o desatado en la tierra.
 
El libro de Apocalipsis nos muestra la administración divina que Dios ejerce al llevar esta era a su consumación. En este libro no vemos a las iglesias ocupadas en muchas actividades; más bien, vemos la oración relacionada con el mover gubernamental de Dios. Las oraciones de los santos están presentes en la escena que hay en los cielos cuando tiene lugar la ascensión de Cristo y la apertura del rollo de la economía de Dios (Ap. 5:8). Dios responde al clamor de los santos mártires (6:9-10) abriendo el sexto sello, el cual marca el inicio de la gran tribulación (vs. 12-17). Después que Cristo como “otro Ángel” ofrece ante el trono las oraciones de los santos añadiéndose Él mismo como incienso, se arroja fuego a la tierra y a esto le siguen calamidades naturales, lo cual marca el inicio del juicio de Dios sobre la tierra y sus habitantes (8:3-5). En cada caso, las oraciones mencionadas tienen significado dispensacional y le permiten a Dios llevar a cabo Su administración.
 
El Señor desea poner fin a esta era y establecer Su reino sobre la tierra (Ap. 11:15; 12:10). Él está a la espera de que un adecuado número de creyentes sea preparado como Su Novia y como Su ejército (Ap. 19:7, 14). Ahora más que nunca deberíamos rogar al Padre según Mateo 6:9-10, pidiendo que Su nombre sea santificado, que Su reino venga y que Su voluntad sea hecha en la tierra. Por un lado, la pandemia que causa estragos en todo el mundo es una advertencia del Señor a las naciones. Por otro, es un llamado del Señor a Su pueblo para que lleve a cabo la comisión que Él les hizo de ser uno con el Cristo ascendido en el altar del incienso y de corresponder con Su intercesión.
 
La Biblia nos muestra que el linaje creado de Adán, el linaje llamado de Abraham y la iglesia en su conjunto le han fallado a Dios en cuanto a cooperar con Él para la realización de Su propósito. Por esta razón, en Apocalipsis 2 y 3 el Señor hizo un llamado por vencedores. Debemos darnos cuenta de que el mover de Dios depende de los vencedores, y que una característica clave de los vencedores es su oración. Los santos mártires que claman debajo del altar en Apocalipsis 6 llegan a ser el hijo varón vencedor en el capítulo 12, y cuando el hijo varón es arrebatado al cielo, Satanás es arrojado del cielo (12:5, 9). Un aspecto del recobro que el Señor realiza en la actualidad es producir vencedores que cooperarán plenamente con el Señor para que Su propósito pueda cumplirse y Él pueda regresar. Nosotros debemos ser esos vencedores, los cuales oran en el altar del incienso en la casa de Dios a fin de corresponder con Cristo, nuestro Sumo Sacerdote celestial, y a fin de cooperar con Dios al orar en la tierra lo que procede de Su trono.
 
Todos los santos en las iglesias en el recobro del Señor deberían aspirar a ser vencedores. Sin embargo, debemos comprender que tales guerreros espirituales no se producen de la noche a la mañana. Necesitamos desarrollar nuestra capacidad de orar y de combatir. Creemos firmemente que la restricción sin precedentes en la que muchos de nosotros nos encontramos procede de la soberanía del Señor para darnos la oportunidad de recobrar y elevar nuestra vida de oración personal y corporativa. Si uno lee cuidadosamente el Nuevo Testamento, podrá percatarse de que la capacidad que tenía el apóstol Pablo para ministrar a otros desde la prisión era bastante limitada, pero él oraba mucho. Igualmente, el hermano Nee llevó adelante su ministerio público por treinta años, pero mientras estuvo preso durante los últimos veinte años de su vida, él sólo podía ministrar de manera limitada a quienes lo rodeaban; no obstante, durante ese tiempo de confinamiento, él pudo unirse al Cristo intercesor en un ministerio escondido de oración.
 
Estamos acostumbrados a considerar todas las provisiones de Dios, la abundante suministración del Espíritu y las riquezas que hemos recibido de este ministerio como el suministro espiritual para nuestro crecimiento en vida con miras a la edificación de la iglesia. Esto no es erróneo, pero deberíamos comprender que todas estas cosas también tienen por finalidad fortalecernos para llevar a cabo el crucial ministerio de oración de la iglesia. Necesitamos leer la Biblia, conocer la unción y ser nutridos por el ministerio de la era, de modo que sepamos cómo orar conforme a la voluntad de Dios y no conforme a nuestra propia voluntad. Todos deseamos disfrutar la presencia del Señor, pero deberíamos comprender que la promesa del Señor de estar con nosotros cuando nos reunimos en Su nombre fue dada en el contexto de dos o tres que se reúnen para ofrecer oraciones que atan y desatan en armonía mutua y en concordancia con la voluntad de Dios (Mt. 18:18-20).
 
Finalmente, a medida que nos unimos al Señor en oración, necesitamos recordar la oración de Salomón en 1 Reyes 8:48, en la cual él habló de que el pueblo de Dios orara a Dios vueltos hacia la tierra santa, que tipifica a Cristo como porción que Dios asignó a Su pueblo; vueltos hacia la ciudad santa, que representa el reino de Dios en Cristo; y vueltos hacia el templo santo, que representa la casa de Dios, la iglesia, en la tierra. Esto indica que Dios escuchará nuestras oraciones cuando oremos a Dios con la mirada puesta en Cristo, el reino de Dios y la casa de Dios, todo lo cual constituye la meta de la economía eterna de Dios. Esto quiere decir que no importa por quién oremos, nuestras oraciones siempre deben tener como objetivo los intereses de Dios en la tierra, esto es, Cristo y la iglesia, para el cumplimiento de la economía de Dios.
 
Hermanos y hermanas, necesitamos avanzar. Deberíamos deliberadamente tomar la decisión en estos días de edificar este ministerio de oración, tanto personalmente como unos con otros. Todas nuestras carencias, sean individuales o corporativas, se originan en la falta de oración. Actualmente, podríamos no poder orar muy fuertemente ni por mucho tiempo, pero las restricciones que ahora enfrentamos nos dan una vía a través de la cual podemos edificar nuestra capacidad para orar si perseveramos. Además, aunque quizás estemos aislados físicamente, el Señor nos ha dado —mediante la tecnología moderna— una manera en que podemos seguir orando juntos. Para aprovechar esta oportunidad necesitamos presupuestar nuestro tiempo y ejercitarnos en orar con regularidad.
 
Los santos en las iglesias en el recobro del Señor jamás estuvieron tan listos como ahora para entrar en tal oración. Hoy más que nunca hay una fuerte unanimidad y una rica compenetración entre los colaboradores y las iglesias sobre la tierra. Verdaderamente podemos orar como un solo Cuerpo, incluso como un solo y nuevo hombre, unidos a Cristo, nuestra Cabeza en ascensión. Vistámonos juntos de toda la armadura de Dios para permanecer firmes contra los principados, contra los gobernadores del mundo de estas tinieblas y contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Perseveremos para orar en todo tiempo y lugar a fin de que la voluntad de Dios sea hecha sobre la tierra.
 
Por tanto, para atender la necesidad propia de esta coyuntura crucial, hacemos un llamado a todos los santos en el recobro del Señor en todos los continentes, naciones y localidades a que participen de este ministerio de oración velando con todo denuedo. Específicamente, esperamos que muchos participen en esta oración a nivel mundial y por tiempo ininterrumpido como centinelas puestos sobre los muros de Jerusalén (Is. 62:6) por estos 21 días y ¡hasta que en toda la tierra nuestro Señor sea alabado!
 
Y de la mano del Ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el Ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto. —Ap. 8:4-5